. Por favor, rebobinar. Esta es la frase que repito una y otra vez detrás del mesón del videoclub, bajo la atenta mirada de el socio de mi jefe. un hombre de baja estatura, con un extraño bigote, el pelo crespo y una prestancia que se asemeja al último grumete de la baquedano.
Mi día laboral termina, es fín de mes, le pregunto al bigotón por mi paga y por respuesta obtengo un "mañana veremos". Pura Mala Onda.
Abandono el local molesto, el aire santiaguino me produce una metamorfosis mental y me doy cuenta que es el fín. los créditos están por aparecer.
Marco en mi celular el número de mi único amigo. Busco, Martín Rivas, llamo, no contesta, cuelgo.
Camino sólo en la oscuridad sintiéndome nada menos que todo un hombre ya que me iré sin arrepentimientos ni culpas.
Entro a la pension cuya puerta esta claramente deteriorada. subo las escaleras y me encuentro con la última persona que me verá en vida. la beso, ella extrañada retrocede. no es como un final feliz de película, al contrario, parece un libro mal contado.
Abro la puerta y me encuentro con la pieza oscura, es el reflejo de como me siento, camino dos pasos y a tientas busco el arma que en innumerables veces trate de usar sin atreverme.
Un pequeño rayo de luz se cuela por las cortinas creando una relación de amor y de sombra entre el brillo del revolver y yo. Lo tomo por la culata, el frío del metal me hiela los huesos mientras por mi ventana entra silenciosa y amistosa la última niebla.
Aprieto. Pufff. no pasa nada.
Cierro los ojos, y lentamente viene a mi mente la humillante y última frase de mi triste final. Por favor, recargar.
